Sexo no consentido

Sexo no consentido – Sheyla, una hermosa morena acababa de cumplir 18 años y se sentía muy sola. Hija única y se quedaba en su habitación orando estudiando o viendo la televisión .Cuando no tenía nada que hacer seguía tocando siririca y solo faltaba sentir un palo de verdad para divertirse de verdad. Tenía un primo que cuando venía a pasear por la capital aprovechaba para visitarla, solo que al mismo No le gustaba la mujer, su playa era otra. Las tardes corrían monótonas y Sheyla comenzaba a ponerse ansiosa. Quería probar un palo grande y grueso y sentía un deseo de darle su culo virgen, pues tenía miedo de quedar embarazada y por eso el día de entregarse por completo. Llegó el fin de semana recibió una invitación para ir a pasear a la granja de una amiga de la universidad y aceptó. Al atardecer del viernes

tomó su auto y se dirigió hacia el lugar indicado y sugerido por su amiga. Al llegar fue bien recibida. Anocheció y fueron todos a conversar alrededor de la hoguera que estaba encendida en el patio de la hacienda; era día de conmemoración de San Juan y tenía hasta cuadrilla. Sheyla fue invitada por un chico a bailar. Él era uno de esos tipos acostumbrados a domesticar caballos y derribar a Tauro por la cola y a ella le gustó su manera y comenzaron a hablar con entusiasmo. La conversación se acerca y el chico comenzó a interesarse por ella. Bailaron, probaron la comida y las bebidas que se le sirvieron. Alrededor de la medianoche la fiesta terminó y cada uno tomó su rumbo. Los dos seguían hablando

animadamente, cuando Pedro le invitó a ir hasta un lago que quedaba a pocos metros de allí y ella topó. Llegando al lago estaba una noche hermosa con el cielo cubierto de estrellas y la luna parecida querer beber el agua del lago y la pareja comenzaban a intercambiar miradas y fue cuando Pedro, le robó un beso siendo correspondido en la misma hora y quedaron pegaditos apreciando la luz de la luna y fue entonces que él comenzó a alisar sus cabellos y bajó la mano y fue acariciar sus pechos que de durinhos casi saltaban de la blusa. Sheyla bajó la mano y buscó su palo que estaba duro dentro de los pantalones y ella tiró de él hacia fuera y bajó y fue pasando la lengua en la cabeza y aplicó una lamida en él y pasó a chupar con ganas y él no se hizo de tímido bajó la mano y fue a acariciar su xoxotinha que ya estaba toda mojadita; masajeó delicadamente y comenzó a tocar una siririca que ella amó y entonces él preguntó si ella quería dar una trepada con él.

Nunca podría desconfiar de mi esposa. Ella era la mujer perfecta que un esposo podría desear. Mucho más vieja que yo, era el tipo de mujer que estaba al frente de todo, mando y dominando todo, incluso yo. Solo que nunca lo había notado. Cuando me di cuenta ya estaba en manos de Roberta. Pero no tenía nada de qué quejarme. Incluso me gustó y me sentí cómodo y seguro.

Es imposible sospechar que una mujer así podría escaparse. Su gran sueño era ser madre. Pero después de unos meses de gestación, perdió al bebé. Roberta ha cambiado. Depresión. Mi puerto seguro ya no existía. Agarré la barra. Pero ella todavía estaba mal. Decidió entrar al gimnasio porque se sentía muy fea, odiaba el cuerpo y veía con tristeza la edad llegando. Y como yo era más joven que ella, pensé que podría cambiarla por otra más joven. Ledo engaño.

Ella estaba feliz con el gimnasio. Después de un tiempo cogió un corpinho fresco, aunque ella siempre era muy gustosita, mi mujer. Estaba muy celosa de ella, porque ya llamaba mucho la atención. Pero ahora, con las piernas hinchadas, botín duro y barriguita drogada estaba una locura. Y lo mejor, estaba muy loca en la cama. Quería sexo todos los días. Ya me estaba agotando y ella quería más y más. Decía que estaba intentando otro bebe y yo corría dentro de ella siempre.

Un día fui a recogerla a la academia. Nunca hacía eso, pero cuando llegué allí, atrapé a Roberta llevándose una burla de uno de los personais. El tipo era mulato muy fuerte y se burlaba de mi mujer mientras ella se agachaba con peso en la espalda. Me enojé con eso. Peleamos. Pero ella me dio una paliza de ppk y volvimos a la normalidad. No tenía motivos para desconfiar de una mujer así que hacía locuras en la cama conmigo.

Pero otra vez llegué por sorpresa a la academia. Era muy tarde y me di cuenta de que no había nadie más. Incluso pensé que mi esposa ya se había ido sin mí. Yo estaba saliendo cuando escuché fuertes gemidos provenientes del área de zumba, que estaba en una habitación aparte de los equipos de musculación. Obsesionado por la curiosidad, salté el torniquete y me encontré con mi mujer recibiendo la mayor paliza de polla que he visto en mi vida. Los chicos se metían en la xota y en la raba de ella. En el suelo. Con mucha, pero mucha fuerza. Noté que uno de ellos era el personal mulato. El otro no sé quién era. Roberta estaba concentrada turnándose para besar en la boca de uno, ora de otro. Besaba con mucha lujuria. Me quedé sin ninguna reacción. Mi polla extrañamente se puso dura y casi babeo al ver a mi mujer desgarrada por dos machos poderosos.

Creo que me vio por el espejo que tomaba toda la pared trasera y abrió los ojos. Intentó salir, pero los chicos se metían aún con más fuerza con si competían quién metía más. Estaban cerca de correrse, supongo. Sal del trance y mi sangre hirvió. Cogí el coche y volví a casa. Demasiado humillante. Ella tardó en regresar. Levanté el teléfono y difundí a su familia lo que estaba sucediendo y que todo había terminado. Me desahogé con mis compañeros y ya no tenía sentido. En unos instantes apareció. Estaba furiosa. Peleamos feo. Ella no derramó una lágrima. Cogió la bolsa y con la ropa del cuerpo ya se iba.

Qué mierda estaba haciendo la gente. Amaba a esa mujer. Pero mira lo que ella había hecho. Roberta se iba. Antes de que ella llegara a la puerta, la tomé del brazo y le corté un beso largo, ya quitándose la ropa del gimnasio, y luego lamiendo su cuerpo sudoroso y oliendo a sexo fuerte. Bajé hasta su cintura y ella me miró de arriba a abajo con frialdad. Luego tomó mi cabeza y me obligó a chupar su coño lleno de semen. Luego follamos locamente.